Estamos en un momento de mucha incertidumbre y no sólo porque nos enfrentamos a un virus nuevo, sino porque nuestro mundo globalizado hace que las amenazas sean mayores. El coronavirus sirve en cierto modo como ensayo general para comprobar si somos capaces de conseguir una estrategia global, coordinada y equitativa, por encima de los intereses de cada país.
Probablemente la vacuna sea el mejor de los escenarios, aunque no el único, puesto que ninguna vacuna es eficaz al cien por cien. Existen otros escenarios posibles, algunos de ellos nos facilitarían rastrear y aislar a los infectados y otros muestran claramente que los tratamientos evolucionarán y serán más precisos e individualizados según el estado del paciente. Epidemiológicamente supone un reto, porque no sabemos si la inmunidad obtenida tras la infección natural será duradera en el tiempo. Además, no hay que bajar la guardia con las coberturas de vacunación infantiles. No olvidemos que la tasa de contagio del sarampión es mucho mayor que la del COVID-19 (está entre 12 y 18 por cada infectado), así que hace falta mucha educación y divulgación científica para evitar que enfermedades infecciosas prevenibles mediante vacunación vuelvan a resurgir.
Calidad, eficacia y seguridad
Esta carrera mundial por descubrir y comercializar vacunas frente a COVID-19 ha comenzado con muchas candidatas, casi 100, pero parece difícil que se cumpla el plazo de 12-18 meses del que se hablado en los medios. Las vacunas son medicamentos complejos de fabricar y los criterios de calidad, eficacia y seguridad son obligatorios para su autorización. Probablemente haya varios escenarios porque las vacunas que se están desarrollando (algunas ya en fase II de los ensayos clínicos) parten de plataformas muy diferentes. Ahora mismo hay varios tipos en desarrollo: las tradicionales de virus inactivados, las de proteínas (subunidades), las de ADN (plásmidos) y las de RNA mensajero. Este último tipo no se ha utilizado nunca en humanos y los resultados de seguridad y farmacovigilancia a largo plazo sólo pueden comprobarse cuando se ha administrado a una población muy grande.
Accesible a nivel global
Aún con las fases de aprobación regulatoria aceleradas y los ensayos clínicos excepcionalmente reducidos y en fases solapadas, es necesario fabricar la vacuna y distribuirla rápidamente. Se requerirán varias compañías farmacéuticas con capacidad para producirlas en la cantidad necesaria. También hay alternativas como producirlas en un granel que luego se acondicionaría en los distintos países. Lo cierto es que el problema de la vacuna del COVID-19 radica en el elevado número de dosis que se requieren, ya que hay que vacunar prácticamente a toda la población mundial y al mismo tiempo. Algunos países como EEUU ya se plantean acudir a la logística militar para poder conseguirlo.
Además del número de dosis, hay que tener en cuenta el tiempo necesario para la fabricación. No todos los tipos de vacunas conllevan la misma complejidad en su fabricación, pero todos requieren controles y liberación de lotes por parte de las autoridades competentes. De esos miles de millones de dosis necesarias, las primeras deberían administrarse al personal sanitario, que están en primera línea luchando contra el virus.
Lo ideal sería que no hubiera solamente una vacuna frente a COVID-19 sino varias, de distintos tipos, para permitir la vacunación de distintas poblaciones (por ejemplo, inmunodeprimidos, niños, mayores de 65 años, ya que algunas de ellas, como la vacuna de virus inactivados está contraindicada en ciertas personas).
La única estrategia para frenar una pandemia mundial como ésta, en la que prácticamente toda la población es susceptible, radica en una vacuna accesible a nivel global, no solamente para aquellos países que puedan pagarla. Ya vimos lo que ocurrió en 2009 con el virus H1N1, para el que no se consiguió un esfuerzo globalizado. Esperemos que la OMS, junto a CEPI, GAVI y Global Fund (en la que también participa la Fundación Bill y Melinda Gates) sean capaces de integrar las herramientas necesarias para la distribución efectiva y eficiente de la vacuna frente a COVID-19. La vacuna tiene un coste y más aún si hubiera que añadir cadena de frío para su conservación, pero el precio de no administrarla en esta pandemia sería inasumible para todos.
Sobre Raquel Carnero
Carnero, delegada de Farmamundi en Salamanca, estudió Farmacia en la Universidad de Salamanca, después completó su formación con el Máster en Industria farmacéutica (CESIF) y en Farmacia Clínica (Universidad de Valencia) y el Postgrado en Farmacoeconomía y Economía de la Salud (UPF). Lleva más de 15 años trabajando en el Registro de medicamentos, vacunas y medical devices. Actualmente trabaja como consultora internacional en Regulatory Intelligence. Junto a Luis Marcos, también farmacéutico, ha publicado el libro “Vacunando. ¡Dos Siglos y Sumando!”, de Ediciones Universidad de Salamanca e impulsado la exposición informativa itinerante como proyecto de divulgación científica en este área.