Hace unos días me preguntaron cuáles eran para mí los tres grandes desafíos globales en el acceso a los medicamentos. Son mucho más que tres, pero el esfuerzo sintético siempre es bueno y asumí el desafío:
Cuáles son los tres grandes desafíos globales en el acceso a los medicamentos
Primer desafío: necesidades de salud de la población
A nivel global encontramos un nudo crítico entre la disponibilidad de productos ofrecidos en los sistemas sanitarios y aquellos que la población verdaderamente necesita. Esto se debe a que el modelo de Innovación y Desarrollo (I+D), con base al cual se producen estos medicamentos, se rige fundamentalmente por mecanismos de mercado en lugar de centrarse en las necesidades reales de salud de la población.
Pero, ¿qué significa realmente esto? La inversión pública en I+D se centra fundamentalmente en investigación básica que luego es capitalizada por el sector farmacéutico privado. Los Estados invierten pero luego no reciben un retorno proporcional. Y la población acaba pagando dos veces por los fármacos que consume: primero con sus impuestos que financian el I+D público y luego con dinero de sus bolsillo, cuando compran los remedios en las farmacias.
El sistema para otorgar derechos de propiedad intelectual se ha vuelto perverso.
Por otro lado, las grandes compañías farmacéuticas invierten allí donde esperan obtener grandes lucros y abandonan aquellas enfermedades que no lo representan. El caso más obvio de esto lo conforman las llamadas “enfermedades olvidadas”, que afectan mayoritariamente a la población de más bajos recursos. Por ejemplo, la enfermedad de Chagas, donde los esfuerzos se han concentrado en evitar el contagio pero no en mejorar el tratamiento para quienes la padecen, condenando así a esa población al olvido por falta de inversión.
Segundo desafío: asequibilidad
Es innegable que en los últimos 20 años han surgido grandes innovaciones. Como también es igual de innegable que, con los precios exorbitantes que éstas llegan a los mercados, nadie puede darse el lujo de acceder a ellas. No pueden las personas, ni los sistemas sanitarios, sin incurrir en la bancarrota personal en el primer caso o en graves problemas presupuestarios en el segundo. ¿O acaso algún asalariado medio podría hacer frente a la factura de 84.000 dólares por un tratamiento? (Valor del Sofosbuvir, medicamento para la Hepatitis C, en 2013, cuando fue lanzado al mercado en los Estados Unidos)
Para encontrar soluciones necesitaremos repensar la relación entre la ciencia, la sociedad y el Estado. Solo así estaremos a la altura de las circunstancias.
Aquí identifico además dos cuestiones críticas. Por un lado, una debilidad regulatoria por parte de los Estados a la hora de regular los precios: las negociaciones industria-Estado son, como mínimo, opacas, cuando no absolutamente oscuras. Curiosamente, he tenido la oportunidad de hablar con representantes de ambos lados de la mesa y todos afirman que son “los otros” los responsables de definir los precios.
Por el otro lado, el sistema para otorgar derechos de propiedad intelectual se ha vuelto perverso. En muchos casos, con pequeñas modificaciones al producto inicial se extienden los plazos de patentes, creándose monopolios y oligopolios, bloqueando la posibilidad de que versiones genéricas, de menor costo, ingresen al mercado.
Tercer desafío: disponibilidad
Muchas veces, sobre todo en países menos desarrollados y/o zonas de conflictos o crisis humanitarias, los medicamentos simplemente no están disponibles para la población que los necesita. Los motivos para que esto suceda pueden ser de lo más diversos. Van desde problemas regulatorios en términos de registros sanitarios (en países en vías de desarrollo sucede que no se encuentran versiones genéricas de productos disponibles en el mercado, cuando sí existen versiones genéricas más económicas) hasta problemas con la cadena de suministro (la forma en como el sistema sanitario se organiza logísticamente para que los medicamentos lleguen a manos de la población).
De esta manera, para desarrollar estrategias que promuevan el acceso a los medicamentos debemos considerar al menos las siguientes dimensiones:
- Los incentivos que definan las prioridades de I+D. No es posible que porque no sea rentable se deje de buscar respuestas a problemas de salud que aquejan a la población. Estamos hablando de un producto que no es una mera mercancía, es un bien social. De los medicamentos depende la vida y la muerte de mucha gente. Si las empresas privadas no están dispuestas a invertir, el Estado tendrá que asumir esta atribución ya que no pueden existir ciudadanos de primera y segunda categoría. La producción pública de medicamentos cumpliría un papel fundamental en este sentido y sería una buena práctica a imitar.
- El diseño político institucional de los sistemas sanitarios. Destaco el término político-institucional, porque es en las relaciones de poder entre los diferentes actores que operan dentro de un sistema de salud donde podemos encontrar las respuestas. Muchas veces los productos existen, están registrados en el país, el gobierno central los compra para su distribución gratuita pero por las más diversas cuestiones burocráticas no llegan a manos de quienes los necesitan (imposible adentrarme en detalles aquí).
Conocer en profundidad los sistemas sanitarios, además de los actores que operan en su interior implica conocer cómo transcurre el llamado ciclo del medicamento en cada país: desde la I+D, pasando por la producción hasta llegar a la comercialización y consumo. Para comprenderlo es necesario conocer, por ejemplo, qué y cómo se investiga y produce, qué normas de calidad existen, hasta cómo y por qué algunos productos llegan al mercado, qué vías reales y concretas tiene la población para adquirir los medicamentos que necesita, qué cubre la sanidad pública y si los seguros privados cubren algo (o no).
Esta reflexión sintética deja en evidencia la complejidad de este problema. Reducirlo a algo estrictamente sanitario sería imprudente porque, además, es una cuestión económica, científica y política. Por todo eso, para encontrar soluciones necesitaremos repensar la relación entre la ciencia, la sociedad y el Estado. Solo así estaremos a la altura de las circunstancias.
Evangelina Martich, doctora en política social, investigadora y consultora independiente. (Ex coordinadora de proyectos en ISGlobal).