San Salvador amanece con un ritmo intenso, marcado por el bullicio de los mercados y el ir y venir de los autobuses que cruzan la capital. Allí vive desde hace más de dos décadas Lidia Jiménez (1975, Sevilla), trabajadora social y cooperante, que forma parte del equipo de Farmamundi en la delegación de El Salvador. Su trayectoria está ligada al país desde 2003, cuando llegó por primera vez, y hoy coordina los programas que Farmamundi desarrolla en el país.
Con motivo del Día de las Personas Cooperantes, conversamos con ella sobre los retos y aprendizajes de este trabajo, que combina vocación social, compromiso y también incertidumbre.
El trabajo de cooperante implica afrontar situaciones complicadas con mucha más frecuencia que en trabajos de otra naturaleza.
¿Cómo llegaste a la cooperación y por qué elegiste este camino?
Creo que fue una mezcla de vocación social, casualidades de la vida y un cierto grado de inconsciencia propio de la juventud. Soy trabajadora social y siempre tuve muchas ganas de conocer el mundo y otras culturas. También influyó que hubo personas que apostaron por mí. Así llegué a El Salvador en 2003, mi primer destino, y desde entonces mi vida quedó vinculada a este país.
¿Cuáles han sido los principales desafíos de tu experiencia como cooperante?
Diría que son varios. En lo personal, la conciliación como familia monomarental es un reto enorme cuando no cuentas con una red de apoyo cercana. También está la nostalgia, la melancolía por tu país de origen, y la incertidumbre: sobre la continuidad de procesos exitosos, de estrategias a las que dedicamos tanto esfuerzo, e incluso sobre la propia continuidad laboral.
Impactas en la vida de otras personas, pero ellas también transforman la tuya.
¿Y en el lado positivo?
Este trabajo te permite ampliar la mirada y comprobar que impactas directamente en la vida de otras personas. Es un camino de ida y vuelta: ellas también tienen un impacto en ti y en tu forma de ver el mundo. Además, está el crecimiento personal y profesional, y la satisfacción de comprobar in situ cambios y transformaciones en la vida de las comunidades con las que trabajamos. Eso le da sentido a lo que hago, a dónde y cómo lo hago. En definitiva, a por qué soy cooperante.
¿Qué aspectos crees que deberían mejorar en torno a vuestro trabajo?
Creo que habría que prestar más atención a la fase de retorno de las personas cooperantes. Regresar al país de origen no siempre es fácil: depende del tiempo que hayas estado fuera, del grado de integración en el país de acogida, de los vínculos que mantengas en ambos sitios. Una de las cosas más complicadas y difíciles de procesar puede ser sentirse extranjera y desconectada de tu propia tierra. Pero, además, en el retorno intervienen otros factores tan básicos, como tener una casa a la que volver o un empleo. Es un proceso que puede afectar a la salud mental de las personas cooperantes y que a veces deriva en depresión o ansiedad. Sería fundamental garantizar un acompañamiento psicosocial que nos ayude a procesar ese duelo migratorio y nos dote de herramientas para la reinserción.
Somos la muestra del compromiso solidario de la sociedad.
¿Qué significa para ti que se reconozca vuestro trabajo en el Día de las personas cooperantes?
Es una forma de visibilizar que las personas cooperantes somos, ni más ni menos, una muestra de la solidaridad internacional de nuestras sociedades. Somos el botón que muestra todo el trabajo que hay detrás, el de las ONG que sostienen ese esfuerzo colectivo de la ciudadanía. Y lo que buscamos es sencillo: que la vida de la gente con la que trabajamos sea un poco más vivible.
Una vida entre dos orillas
En San Salvador, Lidia mantiene un equilibrio entre la gestión de proyectos sobre prevención epidemiológica, farmacovigilancia y restitución de derechos de mujeres en situación de violencia, y una vida cotidiana atravesada por el compromiso social. Agradecida por el apoyo recibido, envía un mensaje claro a sus compañeros y compañeras en este día: “Mucha salud, mucha fuerza, mucho amor y mucha compañía”.